Había pasado demasiado tiempo. El ladrillo de la memoria olía a moho, el cual tapaba sus conductos mentales, al punto de dejarlo extenuado entre los pensamientos putrefactos. Todo acabó, se dijo, es el portazo de la vida al otro lado de la puerta. En muy pocas horas el polvo volvería a la tierra, algo a lo que reconoció como desolación, hundimiento y renovación (Sandricuentos 424).
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