Es ácida, decía su madre. Es tibia, decía su padre. Es huérfana, decía la abuela. Es mensa, decía el hermano. No. Nada es así, decía ella. Me duelen las mejijllas, los codos y las rodillas, se decía la chiquilla. Una tarde se hizo caja y guardó lo mejor de ella; ¡soy un tesoro, que nadie ha descubierto! Luego se durmió (Sandricuentos 450).
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