Jamás hubo lluvia más torrencial que la de esa tarde. Sombreros al aire y sin paraguas, sabía que era susceptible a una humorada del tiempo. En medio del aguacero se enfrentó al abismo cordial del espacio, sin embargo, la luz estelar guiaba su sendero marino. Un botecito de primera línea y un remo quieto serían los autores legítimos de dicha travesía. Nunca hubo mayor soledad que esta caída de agua, pero a la vez el sonido en caída libre se transformaba en aplausos (Sandricuentos 513).
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