Su aliento de vida lo dejó perplejo. La ciénaga evaporaba sus aleteos al compás de su respiración. El roce de seda tocaba su espalda y un frío súbito lo envolvía. ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí? Ella no supo qué contestar, pero tal vez algún día lo haría (Sandricuentos 517).
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