¡Soy ráfaga de viento y de sol!, les gritaba. Las hojas parpadeaban el sonido de su voz muda al viento. No podía oírlas, pero sí verlas. No podía tocarlas, pero sí sentirlas. El lenguaje de señas no servía, porque la naturaleza la interpretaba. Esa noche, Martina voló (Sandricuentos 538).
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